Jaime y Claus

Los niños son una esponja que va absorbiendo conocimiento, sensaciones y experiencia en sus primeros años de vida. Seguimos haciéndolo luego durante el resto de nuestra vida, pero esos primeros años son especialmente importantes y algo que aprendió Jaime demasiado pronto es que hay seres queridos, y animales, que se van demasiado pronto de nuestro lado.

Tenía 4 años cuando toda la familia de Jaime decidió hacer una escapada rural. Fue en el verano del 2016 y lo pasaron en Nerja, en esta casa rural en Albacete donde hicieron senderismo, practicaron el tiro con arco e incluso se lanzaron en tirolina. Estando allí, su madre descubrió la admiración que tenía Jaime por las aves, pues se pasó toda la semana señalándolas y gritando “mira mamá como vuela” y “mira mamá qué colores más bonitos tienes”. Por eso, cuando llegaron a casa y tras hablar con su profesora de educación infantil en A Camelia, decidieron regalarle un ave doméstica.

Se trataba de un precioso Agaporni al que llamó Claus, aún no se sabe muy bien por qué, y a quien su madre compro una preciosa voladera en esta tienda de jaulas para pájaros.

La verdad es que el niño, desde el primer momento, demostró tener un don, pues consiguió que Claus respondiera a su nombre en dos semanas y se notaba que el animalillo adoraba al pequeño Jaime. Aprendió lo que significa tener la responsabilidad de alimentar y cuidar a un animal y en casa todos estaban asombrados por lo maduro que parecía el niño en este tema.

Los agapornis, por regla general, tienen una vida de 10 o 15 años, incluso hay excepciones en las que algunos han llegado a vivir 17 o 18, aunque no es lo habitual. Sin embargo, y a pesar de los cuidados de Jaime y de su madre, el pequeño Claus vivió feliz en casa de su nuevo amigo tan solo año y medio. Hace menos de dos meses Jaime encontró a Claus en su jaula, quieto, tumbado sobre el suelo, y llamó a su mamá asustado porque el agaporni no se movía. Fue ahí cuando aprendió que a veces los animales, y las personas (tal y como le explicó su madre), tenían que irse para siempre, pero que con lo que debería quedarse es con que Claus, el tiempo que estuvo con ellos, vivió feliz y contento gracias a sus cuidados.

Cualquier niño que pierde a su mascota sufre, y por eso los padres pretendemos suavizarle la situación cambiando un animal por otro, diciéndole que se ha perdido e incluso diciéndole alguna mentira piadosa de mayor tamaño pero, la realidad, es que los niños no necesitan de todos esos artificios sino que somos más bien los adultos los que los necesitamos porque no soportamos ver llorar a nuestros pequeños. A los niños es mucho mejor explicarles las cosas como son, son tranquilidad y siendo conscientes de su capacidad de entendimiento para adaptar la explicación a su raciocinio, pero sin mentiras.

Jaime ahora tiene dos periquitos y un canario, y sigue echando de menos a Claus, pero quiere darle a sus nuevas aves una vida igual de feliz que la que tuvo él.

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