‘Madama Butterfly’, una experiencia única que vivir con los hijos

El 20 de noviembre de 1907 se presentó en el Teatro Real de Madrid la ópera Madama Butterfly, de Giacomo Puccini. Así que ahora, cuando se cumplen ciento diez años de la representación, es un momento estupendo para llevar a los niños a la ópera, en el Teatro Real, donde la han vuelto a programar, y también a la exposición que gira en torno a esta obra en el Thyssen de Madrid. Y es que hace unos días se criticaban los finos gustos culturales de la infanta Leonor, y desde mi punto de vista no hay por qué hacerlo, los pequeños pueden disfrutar del arte y deben hacerlo desde niños para aprender a valorarlo. Y esto es algo que trato yo siempre de hacer con mis hijos. Y no hace falta gastarse mucho dinero. Las entradas para ellos no son caras, y la ropa para acudir a estos eventos se puede comprar en las tiendas del Grupo Reprepol a muy buen precio.

De hecho, el Teatro Real tiene precios muy buenos para los niños y jóvenes en su abono, y también es posible encontrar entradas de última hora con grandes descuentos. Todos aquellos que sean menores de treinta años pueden optar a una rebaja del 90 por ciento comprando los tickets en la hora antes del pase de la función, y suelen sobrar, no es un viaje en balde. Y como os decía, vestir a los niños para acudir a un evento así tampoco tiene que suponer un gran desembolso. Nadie va a mirar la marca de la ropa, solamente el hecho de que vayamos bien vestidos, y en las tiendas de la ropa de Reprepol hay moda para todas las ocasiones, de calidad y a buen precio.

Pues bien, estos días, en el Real, se representa de nuevo Madama Butterfly, una de las óperas más vistas en los escenarios de todo el mundo. La trágica historia de la geisha Cio Cio San, mejor conocida como Madama Butterfly, emociona a cualquier público por el talento innato de Puccini. Una historia que narra la dura lucha entre dos civilizaciones irreconocibles. La historia está situada, esta vez, de una manera diferente a través de la dirección de escena de Mario Gas, que sitúa la narración en un plató de cine de los años treinta, con el que propone tres perspectivas simultáneas para poder disfrutar aún más de este clásico conmovedor.

Las esposas temporales eran una realidad extendida en el Japón de finales del XIX. Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, había establecido relaciones diplomáticas y comerciales con el país a mediados de siglo, y la fascinación por la cuna de las geishas se había extendido como la pólvora. La influencia de Oriente se plasmaría en obras de una amplia paleta de artistas europeos y norteamericanos, y seguiría nutriendo la vida cultural occidental hasta bien entrado el siglo XX. En esta línea, el personaje de Butterfly es una cruda encarnación del conflicto entre dos civilizaciones irreconciliables, una de las cuales avasalla a la otra. Hombre de finísimo instinto teatral, Puccini retrata de manera magistral la fragilidad de una geisha enamorada que ingenuamente se cree correspondida por un apuesto oficial de la marina norteamericana, en una partitura en la que se evocan melodías japonesas tradicionales convenientemente armonizadas.

También una exposición

Aquel estreno logró una fascinación por Oriente que posiblemente la tengan también nuestros hijos al ver esta obra y despertemos así su curiosidad por esta cultura. Por lo que después de la ópera podemos llevarlos al Thyssen, donde hay una exposición que busca situar la obra en el contexto de la moda japonista que recorrió gran parte de Occidente en el último tercio del siglo XIX, y de la que Madrid también fue partícipe.

Tras casi dos siglos y medio de aislamiento, a mediados de la década de 1850 Japón se vio forzado por Estados Unidos a abrir sus puertas a Occidente. Tal cambio de rumbo en la política japonesa desencadenó profundas tensiones internas que propiciaron la restauración del poder imperial durante la Era Meiji. Un poco antes, la fuerte impronta cultural de Japón se empezó a notar ya en Occidente a través de su participación en las Exposiciones Universales de Londres (1862) y París (1867). Artistas como James McNeill Whistler, Édouard Manet o Claude Monet fueron algunos de los primeros en sentir la fascinación por el arte japonés, lo que influyó de manera determinante en el curso del arte moderno. Entre los pintores españoles, Eduardo Zamacois y Mariano Fortuny, activos ambos a finales de la década de 1860 y comienzos de 1870 en París, sintieron también una temprana atracción por el arte japonés. Muy próximo a Fortuny, Raimundo de Madrazo participó igualmente de esta pasión japonista introduciendo a veces en sus cuadros motivos orientales como biombos, parasoles o cojines.

También en Madrid, las clases altas mostraron pronto interés por los objetos de Japón, reemplazando el papel que hasta entonces habían jugado las chinoiseries como símbolo de distinción social. Gabinetes y salones japoneses se pusieron de moda en palacios y mansiones nobiliarias de fin de siglo, como el del palacio de Santoña, la residencia de Cánovas del Castillo o el palacete de la infanta Dña. Eulalia de Borbón. Incluso el restaurante Lhardy dispuso de un salón japonés, conservado a día de hoy.

Dentro de un coleccionismo de carácter más enciclopédico, también el marqués de Cerralbo atesoró en su palacio madrileño armas, armaduras y otros objetos japoneses adquiridos en subastas en París, como el juego de recipientes Jubako. Sorolla contó asimismo en su colección personal con varias obras de origen japonés, entre las que se encontraba un magnífico álbum de grabados surimono que se muestra en la exposición.

El interés por el País del Sol Naciente aumentó a finales del siglo XIX y comienzos del XX, fruto de la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Las costumbres y modos de vida nipones se hicieron más populares, así como su arte, y pintores activos en Madrid en torno al cambio de siglo reprodujeron en pinturas, carteles e ilustraciones motivos nipones.

La atracción por Japón alcanzó también el mundo de la moda. Abanicos y sombrillas, como los que se presentan en la muestra, fueron los principales complementos nipones que se utilizaban, además del kimono, cuyo uso fue frecuente en el ámbito privado. Por otra parte, en el mundo teatral abundaron las operetas de temática japonesa. Se abrió al público un local de variedades apodado “Salón Japonés”, y se estrenó en el Real la ópera Iris, de Pietro Mascagni. Pero, sin duda, uno de los hitos principales del japonismo madrileño fue el estreno de la ópera de Puccini Madama Butterfly. En la muestra se exhiben, entre otros objetos, el programa de mano y la adaptación al español de la obra.

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