Y así llegaste a mi vida

Abrí la puerta de casa y ahí estaba ella, y sonrió, y yo no sabía qué decir, por eso fue ella quien habló primero: “Cámbiate”, me dijo, “Nos vamos de cena”. Y yo obedecí, como un perrito faldero, porque era raro que preparara una cena sorpresa pero más raro aún era que me esperara arreglada para salir a cenar. “Te voy a llevar a un japonés”, comentó mientras yo me cambiaba de ropa, “¿A un japonés?”, pregunté yo extrañado, y un “sí” fue su única respuesta.

Ensosushi se llamaba el restaurante, mi nuevo lugar favorito, y una mesa reservada nos esperaba a su nombre. “No sé qué pedir”, pensé cuando miré la carta, la mitad de los platos tenían sabores que jamás había probado antes, “¿por qué me habrá traído aquí?”, volví a pensar, y la miré, y ella volvió a sonreírme.

Al final decidí no pedir nada, dejé que ella eligiera cada plato que íbamos a probar. Y ahora estamos aquí, empezando a cenar. Se la ve pletórica y en este momento me da igual el motivo por el que esté así, yo solo sé mirarla. Y es que, últimamente sonreía tan poco que verla ahora hacerlo tan seguido es hipnótico para mí.

“Es estrés”, me decía ella siempre, “estoy mal”, me decía otras veces, “estoy triste”, recalcaba. Y hoy no hay nada de eso, solo una sonrisa de oreja a oreja y un montón de anécdotas de las que hablar. ¿Cuándo habíamos mantenido una conversación tan larga? O mejor aún… ¿cuándo había hecho ella un monólogo tan largo?

Normalmente no habla mucho, no le gusta, y si le haces demasiadas preguntas se agobia. Incluso hay veces en las que me pide a mí que me calle porque no le interesa lo que le estoy contando… “me da igual la vida de tu compañero de trabajo” me dice para que deje de contarle lo que me había contado él en la oficina, y yo, me callo.

Aún recuerdo cuando hace un año viajamos a Barcelona, allí estaba bien, se la veía mejor que aquí. Tal vez necesitamos un viaje, pero no tenemos dinero… hay que ahorrar. En aquella ocasión la llevé a un spa que le encantó, Evasiom Spa se llamaba, tal vez podríamos ir de nuevo, tal vez con la paga extra de Navidad…. Pero hoy se la ve muy bien, como cuando estábamos en Barcelona, como cuando paseábamos por el Parque Güell como dos turistas que quieren beber de cada detalle que dejó allí Gaudí. ¡Qué gran artista! Sus creaciones parecen todas sacadas de un cuento de hadas… Dicen que se inspiraba en la naturaleza, o tal vez lo dijo él mismo, no lo recuerdo, pero a mí me parece que se inspiraba en un mundo mágico. Puede que fuera eso lo que pretendía decirnos a todos, que la naturaleza es mágica… y nosotros nos la estamos cargando, con la contaminación, con el calentamiento global, con los incendios, con la industrialización, con…

Mira… sonríe de nuevo. Ahora se pone nerviosa, lo sé porque se está mordiendo el labio. Quiere decirme algo y no debe ser algo malo porque sigue sonriendo. ¿Qué puede estar pasándole por la cabeza en estos momentos?

“¿Sabes por qué te he traído a este restaurante?”, me pregunta, y yo me limito a negar con la cabeza, “porque me apetecía mucho comer japonés”, prosigue ella y yo solo acierto a decirle “bien”. “Pero…” continúa, “es que me apetecía tanto, tanto, tanto, que no podía sacármelo de la cabeza y al final decidí que si tenía tanto antojo igual venir a un japonés era lo indicado para decirte esto…”.  ¿Para decirme qué? Si aún no ha dicho nada… espera… ¿ha dicho antojo?… “Estoy embarazada” me dice, y yo, que aún intento procesar las palabras en su orden correcto pego un bote en la mesa y grito. No a lo loco, en plan ¡Fuego, fuego!, pero sí un poco en comparación con el volumen del resto de comensales, y digo “¿En serio?” y ella asiente, y ya sé por qué sonríe, y ya sé por qué está tan feliz.

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