El día que aprendí a disfrutar de la Comida

Suele haber un día que marca la diferencia en el resto de tu vida, un día que te das cuenta de que todo es mucho más simple de lo que creías, uno de esos días que te hacen verlo todo con nuevos ojos.

La mía es una de esas historias, pero sobre todo es la historia de alguien que creía tener la verdad y se dio cuenta de que estaba equivocada.

Hubo una época, no mucho tiempo atrás en que me guiaba estrictamente por los decálogos de las llamémosles gurus de la alimentación. Esa proclamación tan de moda de ese estilo de vida wellness, una garantía de vida saludable, en equilibrio y armonía.

Bien, hasta aquí perfecto, todos queremos una vida saludable, claro que tenemos que cuidar nuestra alimentación y hacer ejercicio para prevenir muchas enfermedades, pero de ahí a desarrollar una obsesión o una fijación cuasi enfermiza por el número de calorías que has consumido cada día hay trecho.

No creías que no llegué a poner en práctica las consignas de este maravilloso estilo de vida, llevaba mi alimentación a rajatabla eliminando todo rastro de azúcar, transgénico, gluten y edulcorante que se interpusiera en mi nueva y mejorada versión de mí misma.

El dogmatismo de la “Alimentación Saludable”

Empecé a dejar de salir con grupos de amigos, porque tenían “otras” preferencias alimenticias que incluían tapas grasientas y poco wellness cuando nos íbamos de bares. Y es que, el adiós a ciertos alimentos, es un adiós a muchas otras cosas y también a algunas que otras personas.

Alguna de mis mejores amigas, me comentó que estaba siendo inflexible y muy radical, pero entonces lo entendí como que ella estaba equivocada y perdida en el mundo de la “mala” alimentación, mientras que yo sabía que era necesario cierto sacrificio por el bien de mi salud.

Así, no era consciente de como en esta cultura de la dieta no se nos presenta una tercera opción, solo hay blanco o negro, bueno o malo, dieta o descontrol.

Todo cambió un día, llamémosle el día del Smöoy porque fue a raíz de estos deliciosos yogures con chocolate y nata, que surgió la conversación que me haría ver las cosas de otra manera.

Ese día me habían invitado a una fiesta a la que cada uno teníamos que llevar algo hecho de casa. Como de costumbre había comentado a mi amiga mi caso particular y me dijo que no me preocupara que habría mucha variedad de cosas para que todos comiéramos a gusto.

Fue allí donde conocí al que ahora es mi pareja, y fue una sencilla conversación la que me enamoró de él, pero, sobre todo, por su especial forma de exponer las cosas.

Cuando le expliqué que no comía ese tipo de alimentos porque no me parecían “buenos”, el me devolvió el gesto con una sonrisa.

Sin embargo, lo que ocurrió a continuación, fue completamente distinto a lo que estaba acostumbrada con otras personas, no fue que intentara convencerme, más bien al contrario, no existía ningún tipo de juicio en lo que me dijo, más bien información.

Me habló de un estudio de un grupo de investigadores de Suecia y Tailandia que habían unido sus fuerzas para tratar de determinar en qué medida las preferencias culturales de alimentos influye en la absorción de hierro de una comida.

Así, lo probaron con un grupo de mujeres de cada país que recibieron una comida típica tailandesa, consistente en arroz, coco, salsa de pescado y pasta de ají picante.

A las mujeres tailandesas les gusta la comida tailandesa, pero a las mujeres suecas no les gusta. Esto demostró tener un importante efecto metabólico, pues, aunque todas las comidas contenían exactamente la misma cantidad de hierro, las mujeres suecas solo absorbieron la mitad de hierro que las mujeres tailandesas.

El estudio parecía demostrar que el hecho de disfrutar de la comida es un factor importante en que absorbamos sus nutrientes.

Conocer este estudio me dejó sin palabras, no sabía qué contestarle. Él me ofreció un poco de su yogur y me dijo que probara a ver si realmente disfrutaba del sabor, que no lo clasificara como bueno o malo, sino que simplemente lo disfrutara.

Pues bien, el yogur estaba delicioso, y esas cucharas de yogur me recordaron lo equivocada que había estado todo ese tiempo. De algún modo, había dejado de disfrutar, y había convertido la salud no en un medio para la vida sino en mi único objetivo.

Lo cierto es que no tardé en darme cuenta que, fuera del dogmatismo del wellness y la “comida limpia”, el cuerpo sabe lo que necesita, y aprendí que lo que te alimenta no solo es la comida que comes sino también el placer que obtienes por ello.

 

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