Las historias escondidas a puerta cerrada

Siempre me han gustado los objetos antiguos, por ese halo de misterio que traen consigo, por esa capacidad de generar mil historias pensando en a quién podría haber pertenecido en sus vidas pasadas. Porque sí, los objetos viven otras vidas y se las traen consigo a través del tiempo. Trabajo como periodista, así que mi trabajo consiste, precisamente, en buscar historias. Siempre estoy atenta y dejo que las historias me lleguen, lo mejor es que suelen hacerlo. Si bien, la forma en que me llegó mi última historia es la más original de todas. Todo empezó una tarde de esas en las que no estás haciendo nada de relevancia. Me acababa de divorciar y me había mudado a una casa nueva sin amueblar.

Tenía mucho trabajo por delante, desde pintar toda la casa para lo que, por supuesto llamé a Mi Pintor, para que viniera un profesional a ayudarme a pintar las paredes, y es que a mí sola podía darme algo.

Mientras pintábamos y revisábamos las cosas que había en la casa, nos dimos cuenta de que había un pequeño armario cerrado con llave imposible de abrir. Como aficionada a la lectura que soy se me pasaron miles de ideas cercanas al género de terror que podrían explicar por qué esa puerta no se abría.

Lo mejor es que el profesional que vino a pintar sabía cómo abrirla con un sencillo truco, así que la abrió sin problema.

Si las Paredes Hablasen

En el interior solo había una pequeña cajita y dentro de la cajita un montón de cartas. Las cartas parecían antiguas. Estaban dirigidas precisamente a esta dirección a nombre de una chica llamada Helena. Supuse que habría sido una de las antiguas inquilinas. En ese momento solo quería que el chico que había venido a pintar se fuese para descifrar el misterio de esas cartas.

Sabía que, en parte, no estaba bien hurgar en la vida de otras personas, pero esas cartas tenían una cierta relevancia histórica y, siendo periodista, la curiosidad era más fuerte que el decoro.

Así que me dispuse a empezar a leer. Las cartas me tenían completamente absorta. Eran de un chico, como no, y por lo que parecía, había estado escribiendo a esa dirección bastante tiempo sin obtener respuesta.

En las cartas el chico se disculpaba una y mil veces por lo que parecía haber sido un terrible mal entendido. No daba muchos más detalles, pero sí que se podía intuir que ese chico y Helena debían de ser novios por aquella.

Pensé que probablemente se habría equivocado de dirección, pero sabía que tenía que investigar con más detalle el asunto.

No me fue difícil dar con los inquilinos anteriores y, entre ellos, y el que encajada con los tiempos era una mujer que se llamaba Carmen.

Una de las vecinas me dijo que Carmen tenía una hija que no vivía muy lejos así que decidí pasarme por su casa con la caja de cartas.

Aún recuerdo lo nerviosa que estaba por ver qué ocurría. Llamé al timbre de la casa y me abrió una mujer de unos treinta años con un rostro muy amable.

Me presenté y le expliqué el contenido de la caja que llevaba. Entonces, de repente, su gesto cambió pareció muy emocionada. Me invitó a entrar y me invitó a una taza de café.

Según leía las cartas empezó a llorar. Ella era Helena. Y la suya era una historia preciosa con un final algo trágico. Al parecer, se había enamorado de un chico, el que le escribía, que la dejó embarazada. Todo apuntaba a que su madre, pensando que la protegía no le hizo llegar las cartas.

Ella siempre pensó que él se había desentendido por completo al enterarse que estaba embarazada, pero había sido cosa de su madre desde el principio.

Helena me contó que desde aquel chico no había conocido a nadie que le gustara realmente, había tenido parejas, pero nunca había terminado de cuajar con nadie. Estaba muy emocionada con la historia y le dije a Helena que me dejara buscar al chico de las cartas.

Al principio se mostró algo reticente, pero al final accedió. Teniendo el nombre y su dirección como remitente fue coser y cantar encontrarlo. Él se llamaba Javí y lo mejor es que cuando se enteró de todo no dio crédito, y lo más fuerte de todo, él tampoco había encontrado a nadie.

Después de encontrarse de nuevo pasaría menos de un año para que, poco a poco acabaran volviendo a ser novios. Lo mejor fue cuando Javí conoció a su hijo que ya tenía 10 años.

Si algo aprendí de esta historia es que, al final, siempre hay alguien destinado a estar contigo y, tarde el tiempo que tarde siempre termina llegando. Quién sabe puede que en algún otro lugar alguien esté abriendo una cajita con mi nombre.

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