Hoy os voy a narrar una historia real que ocurrió hace años en mi familia. Lo importante en este caso es dar a conocer y poder hacer ver a todos los que estéis leyendo estas líneas cómo la falta de responsabilidad de una persona adulta puede llegar a afectar de una forma bastante negativa en la percepción que un niño tiene de su realidad, o incluso dañar sus emociones y su pequeño mundo hasta el punto de tener que acudir junto con sus padres con el fin de buscar asesoramiento a la consulta de un profesional de la psicología. En nuestro caso, el de mi familia, afincados en la ciudad del Pilar, debimos acudir al gabinete Psicólogo Zaragoza para darle una solución. Aquí un especialista con despacho en Zaragoza realizó una evaluación diagnóstica del caso y le dio tratamiento bastante eficaz con terapia. De hecho, acudimos a él por su buen saber hacer y porque nos habían hablado de sus buenos resultados en cuanto a casos de drogodependencia, adicciones, psicoterapia individual y de pareja, e incluso de problemas con las habilidades sociales.
Pues bien, la historia que nos ocupa ocurrió hace unos pocos años y un día cualquiera de un mes de enero. La protagonista es una niña feliz de unos cinco o seis años, sin más preocupaciones que jugar y vestir a sus muñecas. Esta niña es hija única y nieta prácticamente única, tanto por la parte de sus abuelos paternos como maternos, ya que tiene un solo primo que vive lejos, a lo mejor no tanto en distancia de kilómetros pero sí en distancia de sentimientos, por lo que se siente como si fuese nieta única, de este modo quiero dar a entender que es el foco de atención de la familia, está rodeada de cariño y amor. Es una niña despierta y curiosa que va siempre muy contenta al colegio. Sus padres trabajan, por lo que en casa hay una persona que se ocupa de prepararla y llevarla todos los días al colegio e ir a buscarla cuando finaliza el horario escolar, pero ocurre que ese nefasto día esta persona, por los motivos que fueran, se olvidó de ir a recogerla al terminar la jornada escolar. Con el tiempo descubrimos que trabajaba por las noches poniendo copas y se había quedado dormida en el sofá de la casa.
El caso es que fueron saliendo los niños de su clase, los del colegio y todos se fueron yendo poco a poco para sus casas. Allí en la puerta solo quedaba esta niña llorando, una buena persona pasó por allí y le preguntó qué le pasaba y ella, muy espabilada, le explicó. Digo buena persona, porque en realidad así lo demostró, dado que en caso contrario podría haber pasado cualquier cosa. Esta señora le dijo a la niña que no llorase, que si sabía el camino para llegar a su casa, ella la acompañaba.
Y así fue. La niña llegó acompañada por esta persona, que nunca se supo quién fue, a su casa, donde tranquila y descansadamente estaba la persona contratada por sus padres para realizar ese cometido.
A partir de ese día comenzaron los problemas, un día tenía sueño, otro día le dolía la cabeza, otro día no tenía ganas o le molestaba la tripa…, siempre había algún inconveniente cuando llegaba la hora de ir al colegio, a la vez que pedía varias veces a sus padres que fuesen pronto a buscarla, que estuvieran allí antes de que ella saliese. La profesora también notó el cambio, comenzó a notar que cuando se iba acercando la hora de salida la niña se ponía nerviosa, se acercaba constantemente a la ventana para poder ver si ya la estaban esperando. Al final, ante la sensación de miedo e inquietud demostrada por la pequeña, sus padres decidieron llevarla a la consulta de un profesional, el cual, tras una evaluación diagnosticó que la niña había sentido y experimentado una sensación de abandono, por lo que se sentía insegura. Nada que no se curase con cariño, atenciones, tiempo y la seguridad de sentirse siempre arropada por sus padres.
Y por supuesto así fue, y por suerte de una falta de responsabilidad de un adulto solo quedó una historia que tardó tiempo en cerrarse y curarse.
La ayuda del psicólogo
Cuando los padres acudieron con la niña al psicólogo, en realidad, más que terapia para ella, fueron ellos quienes recibieron los buenos consejos de este profesional. Gracias a su ayuda lograron recuperar la confianza y el amor por el colegio de la niña. La forma de actuar fue despedir a esa persona que se había olvidado de ella y directamente pasar el cuidado de la niña a alguien en quien ella sí confiaba: una abuela. Todos los días era la abuela quien la llevaba al colegio y quien se encargaba de ir a recogerla, y por costumbre, esta abuela llegaba todos los días un cuarto de hora antes, de manera que la niña podía verla por la ventana y estar así tranquila. Tardó un tiempo en volver a la situación de normalidad, pero se consiguió y finalmente esta niña fue una muy buena estudiante.
Y si creemos en lo que dice la ciencia, a la abuela le vino de maravilla esta actividad, ya que hay estudios que dicen que los abuelos que cuidan de sus nietos viven bastante más.