No sé si alguien de los que lean este artículo han podido pasar por mi situación, pero si lo han hecho, solo puedo decir que lo siento y que les entiendo. Y es que el que una empresa te deje de pagar la nómina es el peor de los dramas que te puede ocurrir. El tener que levantarte cada día para trabajar sabiendo que a final de mes no vas a recibir nada. Que cada mes se van acumulando las nóminas y nunca llega.
El modus operandi de las empresas siempre es el mismo. Primero te dicen que es un error, luego ya te dicen que hay problemas con el banco. Y al mes siguiente que hay problemas de tesorería. Y así se van acumulando meses y meses. Y aunque tú no cobres, el banco te sigue pasando las facturas de la luz, del gas, del supermercado…Pero eso tu jefe no quiere saber nada.
A continuación os voy a contar con más detalles mi caso. Espero que pueda servir a alguien para que puedan salir de este túnel o simplemente para que no se rían de ti en la empresa.
Me defino como un hombre trabajador, padre de familia y esposo dedicado, una frase de esas que siempre me ha gustado. Cada mañana me levantaba antes del amanecer para ir a la fábrica donde llevaba más de diez años. Mañanas de heladas, mañanas de nieblas tan típicas en Valladolid y mañanas de verano con mucho calor. Así es mi ciudad.
Aunque el sueldo no era muy alto, me permitía mantener a mi familia, pagar las cuentas e incluso soñar con un futuro mejor para mis hijos, Sofía y Lucas. Pero quizás ese es el problema de la clase media baja, que no podemos soñar, porque en seguida viene alguien a despertarnos.
Recuerdo perfectamente el día que todo cambió. Era finales de mes de enero y comenzaba a emerger la famosa crisis de 2008, y como de costumbre, esperaba la llegada de su sueldo. Ese mes, recuerdo que había prometido llevar a mis hijos al cine ese fin de semana y pagar las clases de baile de Sofía. Sin embargo, el dinero nunca llegó a mi cuenta. Pensé que se trataba de un error técnico, así que fui a recursos humanos al día siguiente.
—Debe ser un problema del banco —me dijo el encargado con una sonrisa que todavía recuerdo como un dardo en mi corazón.
La verdad es que intenté mantener mi tranquilidad, pero los días pasaron y el dinero seguía sin aparecer. A medida que se acumulaban las facturas, el estrés en casa aumentaba, la preocupación se transformó en desesperación. Fui tirando de los ahorros, pero estos no son eternos. Luego llegó el momento de pedir dinero a mis amigos, con lo que eso suponía. Una bola que se iba engordando más.
Al mes siguiente volví a Recursos Humanos. En esta ocasión me dijeron que la empresa estaba en una situación complicada. “No somos los únicos que estamos atrasados con los pagos. Debes tener paciencia”, me saltó.
Esa fue la gota que colmó el vaso. Yo sabía que, si seguía esperando, las cosas no mejorarían. Así que decidí coger el toro por los cuernos y denunciar a la empresa.
Con el apoyo de mi mujer Mónica, me dirigí a un abogado especializado en derecho laboral. Los profesionales de Trámites Fáciles Santander me explicaron que el proceso sería largo y complicado, pero que tenía derecho a reclamar su sueldo y los intereses correspondientes.
Vía crucis
Para cualquiera de las dos acciones, será necesario en primer lugar un intento extrajudicial «paso previo obligatorio», con la presentación de la papeleta, y en caso de no alcanzar un acuerdo, presentar la demanda, me explicaron. De no poder ser, siempre quedaría el Fogasa.
Presenté la denuncia y comencé un duro camino en los juzgados. Durante más de un año, busqué pruebas y soporté la presión psicológica de la empresa, que incluso llegó a amenazar con demandarlo por “difamación”. Pero al final, y aunque parezca que no, los buenos ganamos. Aunque es cierto que necesitamos la ayuda de profesionales de este sector.
Finalmente, llegó el día del juicio final, como así dice la Biblia. El juez, después de revisar todas las pruebas, falló a nuestro favor. La empresa fue obligada a pagarme no solo los sueldos atrasados, sino también una indemnización por los daños morales y financieros causados.
Cuando el dinero estuvo en mi cuenta, no solo sentí alivio económico porque mi familia estaba a salvo, también sentí un alivio moral. Había recuperado mi dignidad.