Cuando Fernanda llegó a Valencia, poco sabía lo mucho que cambiaría. Nada más poner un pie en la ciudad, empezó a buscar trabajo, y como suele ocurrir, encontró un empleo de camarera en un restaurante muy elegante. Apenas tenía tiempo de nada y eso la apenaba un montón, porque desde su llegada aún no había podido visitar la ciudad en condiciones, darse un capricho, visitar la ciudad de las artes y las ciencias, así como otros lugares de interés o de disfrutar de un buen helado de turrón. H-e-l-a-d-o, se decía así mima, como si del mismísimo Homer Simpson se tratara, ya que incluso babeaba y ponía idéntica cara de pánfila que el entrañable personaje de animación.
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